Radio América. El 11 de marzo de 2020 no se borrará jamás de la memoria colectiva de los hondureños, ¿el motivo? Este fue el día en que todo cambió. El día en que el ángel de la muerte batió sus negras alas sobre esta nación. El día en que la economía local acabaría de colapsar.
El día de la suma de todos los miedos. El día en que muchos buitres acabaron de meter por completo hasta las entrañas de Honduras su carroñero pico. En síntesis: el día en que las autoridades sanitarias confirmaron el primer caso de covid-19 en nuestro país.
Durante meses los catrachos habían permanecido expectantes viendo los noticieros locales e internacionales, lamentando los estragos que la enfermedad provocaba en Asia, Europa y Estados Unidos.
No obstante, ese 11 de marzo se convirtió en el día más temido, uno que trajo consigo una estela de dolor y muerte. Un día no deseado no solo por parte de las autoridades sanitarias, sino también de una población que se sentía vulnerable ante un enemigo de proporciones apocalípticas.
Ese primer caso. Sí, ese temido primer caso, se trató de una mujer de 42 años, quien estaba embarazada y que días atrás había retornado al país proveniente de España, donde habría contraído el virus que posteriormente introdujo de forma involuntaria al país.
Su ingreso a Honduras se produjo el 4 de marzo a través del aeropuerto internacional Toncontín, sin registro algún tipo de síntomas de la letal enfermedad a la hora de realizar el respectivo trámite migratorio.
Días después la denominada “paciente cero” dio a luz a un varón, quien para tranquilidad de su familia nació sin rastros del virus que portaba su madre. La dama fue dada de alta el 4 de abril, una vez se comprobó que ya no padecía de covid 19.
Pero el daño ya estaba hecho, a partir de ese caso el covid 19 se extendió por Honduras como fuego en hojas secas.
Pero volviendo a ese fatídico 11 de marzo, muchas cosas han cambiado desde ese día. Y muy probablemente para siempre, pues la palabra normalidad se pronuncia ahora con una alta dosis de nostalgia.
Desde ese infame día, de acuerdo a la Universidad Johns Hopkins, Honduras ha registrado casi 175 mil casos de covid 19, de los cuales 4,301 ha terminado en un desenlace fatal.
Y, si bien lo más importante es la vida humana y las miles de muertes deberían bastar para considerar a esta la mayor tragedia del siglo XXI, los estragos a nivel financiero y social tampoco pueden pasar desapercibidos.
Según estimaciones del Banco Central de Honduras la pandemia le ha significado al país pérdidas de alrededor de 55 mil millones de lempiras, que se convertirían en 100 mil millones si esto se suman los daños provocados en 2020 por los huracanes Eta y Iota. ¡Qué añito!… ¿No?
Asimismo, estimaciones de diversos entes coinciden que la pandemia ha dejado como herencia entre 700 y 800 mil nuevos pobres, ya que el producto interno bruto se ha visto reducido entre un 7 y 8 por ciento.
Antes de la llegada del covid a Honduras el Gobierno estimaba en 61,9 el porcentaje de pobreza en su población, misma que ya habría alcanzado a estas alturas un 70 por ciento de acuerdo a las proyecciones más optimistas.
En lo que respecta al empleo, el Ministerio de Trabajo estima la pérdida de 126 mil puestos de trabajo, mientras que el Consejo Hondureño de la Empresa Privada (Cohep) habla de 200 mil, aunque la cifra sería mayor porque no se consideran las pequeñas empresas que no están formalmente registradas ante la ley.
¿Qué decir de los estudiantes y el sistema educativo? Sin importar si son de nivel pre-escolar, escolar, secundario o universitario, la educación en Honduras ha dado un giro de 180 grados al volverse enteramente virtual, dejando a muchos hambrientos por el “pan del saber” debido a su falta de acceso a un dispositivo multimedia o a una simple señal de internet.
Y, por si fuera poco, en plena pandemia se han descubierto una serie de casos de corrupción (o al menos de sospechoso proceder) que han desembocado en la salida de funcionarios como Gabriel Rubí (Copeco) y Marco Bográn (Invest-H), así como el involucramiento de otros tantos en compras amañadas, acaparamiento de ayudas, estafa de hospitales móviles y “mandracadas” similares.
Sin embargo, no todo ha sido malo para Honduras. En este año donde se ha puesto a prueba la solidaridad humana los hondureños (o al menos la mayoría) han aprobado con nota sobresaliente, debido a que una hogaza de pan o una tortilla han debido ser partidas en dos o más partes para alimentar a varios, casi emulando el milagro de la multiplicación de los panes y los peces que enseña la Biblia.
Además, se ha agudizado el ingenio del hondureño para hacer frente a la crisis, orillando a muchos a convertirse de golpe en emprendedores, con tal de agenciarse recursos para poder sostener a su familia.
Finalmente, si esto se tratara de una película los médicos y resto del personal médico serían actores principales y no de reparto, pues su denodado esfuerzo y extenuante labor ha salvado miles de vidas, no sin antes pagar el alto precio de perder a muchos miembros de este gremio en el intento de arrebatar a alguien de las garras de la muerte.
Un año ha trascurrido ya. Un año donde miles de familias se han enlutado. Donde muchos han visto partir a sus seres queridos. Donde otros han perdido empresas, trabajos y hasta la esperanza de vivir.
Pero también, durante el último giro del planeta Tierra sobre su propio eje, se ha visto nacer una pequeña luz de esperanza que, si sabe ser comprendida y canalizada, podría significar el inicio de un nuevo amanecer para esta pequeña nación, donde queda justamente situada la mitad de la extensión territorial del continente si se mide desde Canadá hasta Argentina, motivo por el cual también se le conoce como “el corazón de América”.
Por: Rudy Urbina


Lea además:
Suyapa lamenta que a un año, siga el «mal manejo» de la pandemia en Honduras