Una joven que ahora vive en el sur de California relata su traumática experiencia escapando de su propia familia en Centroamérica. Así evitó un matrimonio arreglado por la ambición de su padre. Ella pasó sin compañía la línea divisoria entre México y Estados Unidos, dejando atrás una vida de abusos.
Parte de la terapia psicológica que recibe *Lucía en Los Ángeles, California, incluyó hacerle frente a uno de sus mayores miedos: tomar el teléfono y hablar con su padre en Honduras. Hace dos años, cuando tenía 17, ella escapó de su propia casa para evitar que la casaran con el anciano que la violó sexualmente.
“Me puse mal, sentía mis manos frías, no sabía qué hacer. Pero a la persona que me ha hecho tanto daño, logré decirle: ‘Te perdono por todo lo que me causaste’. Su reacción no fue la que yo esperaba: ‘Nunca te hice daño, siempre te di amor porque eras mi niña; todo lo hice para mejorar tu vida”, recuerda *Lucía (no es su nombre real) de esa breve charla telefónica. Hubo otra llamada. Fue la última.
Sigue tratando de sanar sus heridas emocionales lejos de su familia. No tiene a casi nadie en Los Ángeles, a donde llegó sin planificarlo. Se dirigía a Virginia, pero un pariente lejano en esta ciudad aceptó ser su patrocinador para tomar su custodia cuando estaba en un centro para menores en Texas.
Ella emprendió el viaje sola en enero de 2017 y llegó a esta metrópoli hasta el 24 de mayo de ese año. Pasó cuatro meses en un albergue para niños migrantes. Dice que su trayecto hasta la frontera fue ligero comparado con los de otros menores. Afirma que un poder divino la cuidó.
“Cuando llegábamos a una casa lo primero que hacía era arrodillarme y decirle a Dios: ‘Gracias por permitirme avanzar un poco más’”, cuenta esta adolescente que habla como si tuviera más edad.
Según su relato, esta joven decidió abandonar su hogar en Honduras después de que sus padres la encerraron en su cuarto y la tuvieron sin comer un tiempo, porque se comunicó con un amigo de su edad. En realidad, la estaban presionando para que aceptara su boda con un hombre rico que entonces tenía 63 años. El anciano y su padre ya habían pactado el enlace matrimonial un año antes.
“Estaban preparando la boda sin que yo estuviera de acuerdo. Obviamente, yo no quería pasar el resto de mi vida con una persona mayor y que no era de mi agrado. Mi papá no quería que me quedara con una persona de mi edad, sino con este hombre porque tenía dinero. Fue cuando empecé a buscar los medios para salir de ahí”, relata quien ahora tiene 19 años.
Dice que a su padre quería emparentar con el anciano porque es dueño de propiedades y casas en renta. Las bodas arregladas sí se llegan a realizar en su comunidad, pero raras veces, asegura ella.
Su padre insistía para que lo aceptara, a pesar de que ella le externaba que no lo quería. “Mi papá me decía que no fuera así, que fuera paciente ‘por mis estudios’”, dijo ella.

Fue tanto el acoso, que un día el anciano la violó sexualmente, aseguró la joven. “Yo no estaba de acuerdo con eso. Fue muy difícil por lo que yo tuve que pasar”, lamentó.
Su padre le enseñó a “sacarle provecho a mi cuerpo”
*Lucía describe a su padre como una persona ambiciosa, interesada y sin escrúpulos. De acuerdo con su testimonio, desde que tenía 15 años él la usaba para conseguir lo que quería. “Mi papá hacía amistades con personas y les decía: ‘Tengo una hija, está estudiando’. Me presentaba con ellos y si me iba a encerrar al cuarto me sacaba reclamándome: ‘Oye, no seas maleducada, que vinieron a verte’”.
En contra de su voluntad ella conversaba con aquellos hombres. En ese momento, aprovechaba para pedirles ayuda con disimulo. “Contaba sus planes para que ofrecieran su ayuda frente a mí”. Asegura que ninguno de esos hombres se sobrepasó con ella, solo le anciano con quien querían casarla.
Cuando se iban las visitas, le aconsejaba que les coqueteara. “Me decía: ‘puedes tener eso con tu belleza’. Me enseñaba a sacarle provecho a mi cuerpo. Luego supe que me estaba enseñando a cómo venderme”.
Cansada de esa vida, la adolescente intentó suicidarse. Una vez se cortó la muñeca y otra trató de envenenarse. “Tomé muchas pastillas porque quería quitarme la vida”, dijo con pesar.
Le tomó mucho tiempo decidir alejarse de sus padres. “Era una niña tonta. Me quedé porque me amenazaban: ‘No vas a vivir sin nosotros ¿Quién te va a dar de comer?’”.
La joven cree que su madre no la ayudó porque también es víctima de su padre. Con ella sigue hablando por teléfono, aunque tomando cierta distancia. “La confianza ya no es la misma después de que te enteras de que todo lo que pasaste en tu niñez no es algo normal”, comenta ella.
“Crecí con el pensamiento desde pequeña de que todo lo que mi padre me hacía era normal. Pero cuando llegué a Estados Unidos me explicaron que era un tipo de abuso”, mencionó.
“He aprendido a saber quién soy, lo que valgo”
Gracias a su hermano mayor, *Lucía logró llegar a la frontera entre México y EEUU en febrero de 2017.
Tratando de cruzar, la arrestaron agentes de la Patrulla Fronteriza. No tiene una sola queja sobre su estancia en un centro para menores migrantes. Aunque está lejos de los suyos, afirma que en Los Ángeles le han ayudado más de lo que esperaba. Ahora cursa el penúltimo año de la preparatoria y espera ingresar a una universidad pública el próximo verano. Creía que solo llegaría a trabajar.
“Aquí tengo buenas calificaciones, he ganado varias medallas. He logrado todo lo que no pude en mi país. Ahora puedo expresarme, sé que puedo lograr todos mis sueños y que nadie me va a imponer nada”, reflexiona.
También aquí ha encontrado apoyo emocional. Sigue yendo a consultas psicológicas para superar sus traumas. “He aprendido a saber quién soy, lo que valgo, cosas que no me enseñaron mis papás”.
En su opinión, otra “bendición” es que su proceso migratorio avanza más rápido de lo que pensaba: ya aprobaron su solicitud de asilo.
*Lucía acepta contar su dramática experiencia, pero pide ocultar su rostro. Aunque solo se le toma una fotografía a su torso, la joven implora que se distorsione la imagen para que no la reconozcan. Cuando se hace ese efecto, ella opta cambia también el color de la foto a blanco y negro tratando de cubrir lo más posible. El cambio no tapa la palabra ‘Hello’ y el dibujo de un oso de peluche en su blusa.
“Decidí compartir mi historia para cambiar vidas. Yo les diría a niños que han pasado por algo así o incluso cosas peores que no se queden callados, que van a encontrar ayuda por todas partes”.
Para lograr sus objetivos, *Lucía ha comenzado a escribir un libro para relatar con sus propias palabras todo lo que ha pasado, sigue enfoca en sus estudios para convertirse en una profesionista en el área de la salud y reza constantemente para alimentar su esperanza.
“Cada mañana digo: gracias Dios por darme este día y porque es un día menos para convertirme en una anestesióloga”, dice.
Fuente: Univision